Desde el estallido de la pronunciada crisis sistémica y estructural del modelo de producción capitalista, en su dominante y mundializada dimensión financiera y bursátil, las dramáticas y antisociales consecuencias que ha generado su gestión, por parte de las autoridades políticas -estatales y supraestatales-, en las sociedades postindustriales de la periferia europea, han venido acompañadas de una fenómeno generalizado de desafección y desprestigio de la democracia liberal representativa.
Sin lugar a dudas, este profundo desapego presenta una mayor incidencia y visibilidad en las sociedades que más están sufriendo los efectos del expolio y saqueo que los altos representantes del neoliberalismo están perpetrando con el pretexto de la crisis y la falacia de la deuda pública.
Si bien es cierto que esta realidad cultural y política, de desapego y falta de confianza hacia las instituciones propias de los sistemas representativos, se percibe y despliega sus efectos con más fuerza e intensidad en las sociedades periféricas, podemos realizar un ejercicio de analogía y extrapolar este complejo fenómeno al resto de sociedades donde el capitalismo en lo económico, y el liberalismo en lo ideológico y político, se han implantando con solidez.
Esta pauta valorativa, de desengaño de la ciudadanía hacía la política tradicional e institucional alcanza niveles mas elevados en las sociedades de la periferia europea, en el contexto actual, esencialmente por la relación de causalidad que existe entre el paro y el bienestar social, como variable independientes, y la confianza en la casta política, como variable dependiente.
Destacar que la relación causa-efecto apuntada y las conclusiones que de ella se desprenden, además de resultar de la aplicación de las más elementales reglas de la lógica y del sentido común, ha quedado constada y acreditada por los resultados de la investigación politológica desarrollada sobre este terreno.
Se trata de un fenómeno que transforma las valoraciones, percepciones y respuestas subjetivas de los ciudadanos sobre objetos centrales y capitales del sistema político, como puede ser el Parlamento y el Gobierno y mina la legitimidad, credibilidad y reputación de sus instituciones primarias, desatando una erosiva crisis de identificación entre representantes y representados fácilmente apreciable en la opinión pública y probada por las numerosas encuestas de opinión realizadas y, por tanto, manifiesta, nítida y clara pero nada novedosa para ciertos sectores académicos e intelectuales que, desde hace tiempo, vienen advirtiendo y evidenciando las deficiencias, fracasos y limitaciones de la democracia liberal representativa.
Los efectos descritos, son consecuencia directa de las limitaciones inherentes a la concepción elitista, pobre y oligárquica que desde el pensamiento liberal y conservador se mantienen y defienden del diseño político y jurídico que debe tener la democracia como forma de gobierno. Esta teoría, de naturaleza excluyente, exclusivista y reducida, postula la incapacidad material e intelectual de las capas sociales mayoritarias para dirigir la vida pública por su falta de formación y preparación y apuesta, revestida siempre con falsas proclamas democráticas, por una modelo de democracia, puramente procedimental, de formas y no de contenido.Esta corriente teórica, confronta con la segunda visión de la democracia, a saber: democracia material, sustantiva e inclusiva. Esta visión, acogida por la izquierda alternativa persigue el objetivo básico y consustancial de la autentica concepción democrática, es decir, la extensión del poder y la capacidad para hacer política al mayor número de personas, sin distinciones de ningún tipo.
Es la confrontación ideológica y dialéctica entre dos maneras de comprender los fenómenos políticos y sociologícos y, fundamentalmente, entre dos corrientes y visiones de la democracia. Aunque en las dos se parte del gobierno representativo y de los principios que lo integran como base y fundamento de la globalidad del sistema político democrático, las diferencias surgen en las posibilidades reales de intervención en el juego político que deben otorgarse a los ciudadanos más allá de su participación en procesos electorales.
En este debate y hablando claro y directo, están más que claros los interés y pretensiones de los colectivos que conforman una y otra corriente de pensamiento:
La visión de la democracia material e inclusiva, trata de aproximarse lo máximo posible al ideo puro de la democracia, a la democracia en su máxima significación, apostando por articular mecanismos e instrumentos de democracia participativa que permitan la intervención directa de los miembros de las sociedades en la vida pública, en el proceso de toma de decisiones. Se persigue la representación de la sociedad en y ante el poder, es decir, la creación de espacios de decisión destinados a que los depositantes y titulares de la soberanía y detentadores de la misma, ejerzan directamente y sin intermediarios el poder político, cumpliéndose la máxima del principio democrático.
En contraposición, la corriente liberal, desde posturas que atacan frontalmente la esencia democrática, trata de dar cobertura doctrinal y teórica a la restricción de la actividad política a los más preparados, aptos y capaces reduciendo la participación de las capas sociales, principalmente las de menos recursos, a la pasividad electoral, a su mera intervención en la elección de representantes.
Lamentablemente y debido al control que ejercen los representantes y partidarios del modelo liberal en todos los medios de socialización, sus posturas, siempre encubiertas y camufladas con el manto de la democracia y las libertades, calan y encuentran acomodo en una gran parte de la población que, de manera acrítica las recibe y convierte en convicción personal. De ahí la necesidad de construir contrahegemonia y conquistar la subjetividad política de la población.
Sin embargo, un análisis riguroso de los sistemas construidos en nombre del liberalismo, revela que tras los planteamientos políticos darwiswinistas y su concepción elitista de la democracia, los defensores de esta execrable doctrina, únicamente persiguen el oscuro objetivo de perpetuar en las estructuras que genera el poder a las oligarguía política, estrechamente aliada y confabulada con la oligarquía económica, para garantizar la conservación y estabilidad de sus respectivos privilegios y neutralizando a la vez cualquier atisbo de oposición y alternancia.
Ya en el terreno material, concreto y específico, podemos observar con claridad en la práctica política y en el escenario público español la lucha mantenida por los grupos que defienden una y otra visión de la democracia. De la misma manera, contemplamos continua y sistemáticamente, las fuertes reticencias de aquellos que se encuentran en situación de poder y dominio, a incrementar la participación ciudadana en la vida política y regenerar la política en favor de un modelo radical y estructuralmente más inclusivo y abierto.
Una oposición que se entiende perfectamente desde la estrategia orquestada y planificada por los sectores dominantes para preservar sus lujos, y que se desarrolla y aplica a través de todos los cauces y medios existentes (formales e informales, oficiales y extraoficiales, visibles y ocultos) haciendo uso, si es necesario, -sin escrúpulos e intencionadamente, pero siempre de manera sutil y encubierta- de la coacción, la represión, la sanción, la criminalización y todos los mecanismos imaginables, habidos y por haber, para frenar las luchas democráticas, contestatarias y colectivas contra los abusos, injusticias y excesos del sistema en todas sus dimensiones.
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