La democracia
deliberativa pasa necesariamente por un cambio de prioridades en la
escala de valores políticos de los ciudadanos. Pasa por recuperar algo
de la libertad de los antiguos y renunciar a parte de la falsa libertad
de los modernos (recordando el genuino texto de Constant). Pasa por potenciar una mentalidad en la que el
individualismo moderno que delega ciegamente la cosa pública en favor de
autonomía y ocio alieante, sea desplazado por la virtud cívica, por el apego a lo común y lo colectivo.
Y muy al contrario de lo que sostiene la teoría económica de la
democracia, de la que procede la tesis de la elección racional (las
decisiones de los individuos siguen la lógica egoista coste/beneficios
personales), participar en la esfera pública, no puede concebirse como
un coste, sino como un compromiso, un ideal y una forma de entender la
realidad política.
Para conseguir este ideal de ciudadano
cívico, política, social e ideológicamente elevado, solo hay un camino:
educación, instrucción y pedagogía ética.
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