El mayor triunfo del
capitalismo liberal ha sido su victoria en el terreno
cultural, fruto de haber conquistado a base de difamaciones
y manipulaciones mediáticas la mentalidad política de los
miembros de sus sociedades. De este triunfo surge el
monstruo de la hegemonía social y cultural del capitalismo,
un gigantesco escollo para transformar la sociedad y
superar las regresivas contradicciones e injusticias que
encierra el capitalismo. Por ello, el principal campo de
batalla en los sistemas occidentales es el cultural.
En comunidades con niveles altos de fragmentación y polarización social, donde los clivajes diseñan sociedades cutluralmente heterogéneas, con indicadores de igualdad y bienestar social bajos, la batalla cultural puede aplazarse y el cambio puede ser impulsado por una minoría concienciada (v.gr Cuba). Sin embargo, en los modelos occidentales, homogéneos y unificados en lo cultural e ideológico, la transformación sustancial y estructural de éstos exige una intensa campaña dialéctica para cambiar el sentir general de la población, agitar las conciencias y propiciar el apoyo popular al futuro proceso emancipador.
El pensamiento liberal, cargado de dosis de individualismo,
competitividad y antisocialismo, ha conseguido imponer y
consolidar en la subjetividad interna de la gente su visión
de la realidad, sus valores, principios y categorías morales
y políticas. Este fenómeno cultural, impulsado e
implementado sibilina y perversamente a través de los
mecanismos de socialización ha conseguido su objetivo
primordial, al lograr que el grueso los ciudadanos de las
sociedades capitalistas asuman y digieran como propio el
discurso procapitalista del pensamiento dominante,
produciéndose una relación de identidad entre la
subjetividad política mayoritaria y las doctrinas
neoliberales del establishment.
Esta realidad, que empieza a deslegimitarse y erosionarse
por los abusos de la crisis, únicamente puede alterarse en
favor de los ideales de solidaridad e igualdad propios del
socialismo, utilizando los canales, espacios e instrumentos
emanados de los sistemas a erradicar, haciendo uso de
cuantos medios estén al alcance y especialmente aquellos que
tengan mayor difusión. Las reticencias puristas
de los revolucionarios de salón a participar en las
estructuras políticas, culturales y comunicativas
convencionales para construir contrahegemonía de izquierdas
merecen todo el desprecio por entorpecer cualquier atisbo de
cambio y actuar -contrarrevolucionaramente- en favor de la
hegemonía neoliberal.
Los espacios comunicativos y culturales de la izquierda
combativa, de aquellos que persiguen con autenticidad los
valores nobles del socialismo, pueden resultar muy
enriquecedores y formativos, pero su seguimiento es
marginal, precario y minoritario.
Por este motivo, algunos apostamos por participar
activamente en todos los canales de socialización y
comunicación, construyendo un discurso asequible y
entendible para la mayoría a fin de reconquistar la
subjetividad política individual y la cultura colectiva,
transformando progresivamente los patrones de valoración de
la ciudadanía sobre la política.
Una vez se haya alcanzado este díficil y costoso objetivo,
conquistar el poder político y legislar posteriormente para cambiar
los modelos de organización en todas sus dimensiones y articular
democracias populares y sociales supondra una tarea más liviana y
con un exito asegurado de antemano, ya que las medidas
transformadoras contaran con el apoyo y la legitimidad de una
mayoria hegemónica.
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