martes, 27 de agosto de 2013

La batalla cultural

 El mayor triunfo del capitalismo liberal ha sido su victoria en el terreno cultural, fruto de haber conquistado a base de difamaciones y manipulaciones mediáticas la mentalidad política de los miembros de sus sociedades. De este triunfo surge el monstruo de la hegemonía social y cultural del capitalismo, un gigantesco escollo  para transformar la sociedad y superar las regresivas contradicciones e injusticias que encierra el capitalismo. Por ello, el principal campo de batalla en los sistemas occidentales es el cultural.

En comunidades con niveles altos de fragmentación y polarización social, donde los clivajes diseñan sociedades cutluralmente heterogéneas, con indicadores de igualdad y bienestar social bajos, la batalla cultural puede aplazarse y el cambio puede ser impulsado por una minoría concienciada (v.gr Cuba). Sin embargo, en los modelos occidentales, homogéneos y unificados en lo cultural e ideológico, la transformación sustancial y estructural de éstos exige una intensa campaña dialéctica para cambiar el sentir general de la población, agitar las conciencias  y propiciar el apoyo popular al futuro proceso emancipador.

 El pensamiento liberal, cargado de dosis de individualismo, competitividad y antisocialismo, ha conseguido imponer y consolidar en la subjetividad interna de la gente su visión de la realidad, sus valores, principios y categorías morales y políticas. Este fenómeno cultural, impulsado e implementado sibilina y perversamente a través de los mecanismos de socialización ha conseguido su objetivo primordial, al lograr que el grueso los ciudadanos de las sociedades capitalistas asuman y digieran como propio el discurso procapitalista del pensamiento dominante, produciéndose una relación de identidad entre la subjetividad política mayoritaria y las doctrinas neoliberales del establishment.

 Esta realidad, que empieza a deslegimitarse  y erosionarse por los abusos de la crisis, únicamente puede alterarse en favor de los ideales de solidaridad e igualdad propios del socialismo, utilizando los canales, espacios e instrumentos emanados de los sistemas a erradicar, haciendo uso de cuantos medios estén al alcance y especialmente aquellos que tengan mayor difusión.  Las reticencias puristas de los revolucionarios de salón a participar en las estructuras políticas, culturales y comunicativas  convencionales para construir contrahegemonía de izquierdas merecen todo el desprecio por entorpecer cualquier atisbo de cambio y actuar -contrarrevolucionaramente- en favor de la hegemonía neoliberal.

 Los espacios comunicativos y culturales de la izquierda combativa, de aquellos que persiguen con autenticidad los valores nobles del socialismo, pueden resultar muy enriquecedores y formativos, pero su seguimiento es marginal, precario y minoritario.

 Por este motivo, algunos apostamos  por  participar activamente en todos los canales de socialización y comunicación, construyendo un discurso asequible y entendible para la mayoría a fin de reconquistar la subjetividad política individual  y la cultura colectiva, transformando progresivamente los patrones de valoración de la ciudadanía sobre la política.

Una vez se haya alcanzado este díficil y costoso objetivo, conquistar el poder político y legislar posteriormente para cambiar los modelos de organización en todas sus dimensiones y articular democracias populares y sociales supondra una tarea más liviana y con un exito asegurado de antemano, ya que las medidas transformadoras contaran con el apoyo  y la legitimidad de una mayoria hegemónica.

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